Las nuevas relaciones que se establecen entre gobiernos y personas voluntarias procedentes de grupos marginados —mujeres, personas con discapacidad, habitantes de barrios marginales y poblaciones urbanas necesitadas— están reconfigurando las relaciones de poder presentes desde hace mucho tiempo. Si bien los voluntarios y voluntarias gozan de más oportunidades para involucrarse en actividades que les resulten de interés, quienes pertenecen a grupos marginados siguen en situación de desventaja. En muchos países, por ejemplo, las tareas de cuidado de la familia y las responsabilidades domésticas limitan la participación de las mujeres y las niñas en las labores de voluntariado. Subsanar estas disparidades que afectan a las prácticas y las aspiraciones del voluntariado es un requisito indispensable para hacer frente a la exclusión y la desigualdad de género.